En Se arrienda, el debut como director de cine del escritor Alberto Fuguet, asistimos a una historia sobre un artista frustrado que trata de hacer arte. Gastón Fernández (un convincente Luciano Cruz Coke) es un prometedor estudiante de música a fines de los 80, que quince años después, en el presente, en el Chile de la modernidad concertacionista, se encuentra donde mismo, en el punto de partida, sin obra, sin éxitos y sin nada que decir al mundo. Salvo decir que no tiene Isapre ni previsión ni trabajo fijo.
A Gastón Fernández de nada le ha servido pasar un puñado de años estudiando música en Nueva York. De vuelta en Chile recibe a regañadientes la asistencia paterna y es un típico personaje fuguetiano. Y esto quiere decir que se inscribe en el mundo literario de piezas como Mala onda o Las películas de mi vida, es decir, hay un protagonista desadaptado ABC1, muchas citas y guiños a la cultura pop y un ambiente urbano.
En este caso, un inagotable asfalto santiaguino que sirve de telón de fondo para un drama chileno que refleja un feroz estado de las cosas. Y a través de una excusa leve: la pequeña tragedia de un artista "cuico" que se niega a traicionar sus principicios de juventud. Principios que, por lo demás, nada tenían que ver con la política dura ni la lucha contra la dictadura de Pinochet. Más bien, con el hecho de ser un artista puro.
Se arrienda muestra cómo Gastón Fernández mira a una generación bajo la sombra del sistema liberal. El amigo de jornadas idealistas ahora es un éxitoso y estúpido músico que vive entre Miami y Chile (Felipe Braun). El piola gótico director de Las hormigas asesinas ahora es un director exitoso que habla con acento gringo (un excelente Nicolás Saavedra y su graciosa línea thanksgivin). Y Gastón, un díscolo en este concierto de vendidos, puede que no sea el más justo o altruista o sufrido de los chilenos para hablar del tema. Y eso es lo bueno.
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