Merecida ganadora de la Palma de Oro en la ultima edición del Festival de Cannes, El viento que acaricia el prado (The Wind That Shakes the Barley, 2006) es el gran regreso del inglés Ken Loach a la temática revolucionaria, a la posibilidad de un cambio social radical en un contexto de opresión e injusticias.
Estamos en Irlanda, en 1920. La historia se centra en dos hermanos, Damien (Cillian Murphy), un joven que acaba de terminar la carrera de medicina y planea irse a Londres para completar la residencia, y Teddy (Padraic Delaney), que lidera una rama del Ejercito Republicano Irlandés (Irish Republican Army, IRA) en su lucha por la independencia contra los invasores británicos. Justo antes de partir, Damien presencia terribles actos de brutalidad por parte de las fuerzas inglesas contra los campesinos y trabajadores irlandeses, por lo que reconsidera su posición y decide unirse al IRA junto a su hermano. La violencia aumenta progresivamente cuando los atentados se empiezan a suceder y cuando la corona británica pretende socavar la rebelión a través de salvajes contraataques que tienen por blanco a la población local. Cuando finalmente se concuerda una tregua que obliga a los ingleses a abandonar el país pero somete a Irlanda a la voluntad del Rey, el pueblo irlandés se muestra dividido. A pesar de que el tratado que convalida esta independencia a medias es aprobado, amplios sectores del IRA lo rechazan, por lo que la violencia vuelve a surgir en términos de una guerra civil. Los dos hermanos que antes luchaban codo a codo ahora se ven enfrentados: uno apoyando el tratado (Teddy), y el otro negándolo (Damien). La situación colonial se transmuta en una batalla fraticida.
Como ya lo había hecho en Tierra y libertad (Land and Freedom, 1995) y La canción de Carla (Carla's Song, 1996), Loach, verdadero paladín del cine social inglés, analiza las contradicciones que las propuestas revolucionarias llevan en su ceno, tanto por las discordancias internas y la insensatez de algunas decisiones, como por la violencia excesiva y la recurrente incoherencia ideológica. El director vuelve a combinar con mano maestra un estilo semi documental, paradójicamente muy prolijo y cuidado, con un realismo y una meticulosidad admirable en todos los rubros artísticos y técnicos. A la par de una reconstrucción de época excelente y de maravillosas actuaciones, la sensación de estar presenciando conflictos sociales reales está presente durante toda la proyección. El fin de todo esto no es solo el dejar en claro eso de que los antiguos dominados se convierten fácilmente en los nuevos déspotas, sino también se busca explicitar los hilos imperiales que, ya sin la fuerza militar, intervienen y siguen dominando a través de la política y la economía irlandesa. La influencia británica no se va de un día para otro, la corona apoya la guerra civil con el fin de debilitar el país y conservar su posición hegemónica.
El viento que acaricia el prado construye un lienzo global que pinta magistralmente las distintas aristas del conflicto, tomando el tópico familiar como metáfora directa del trayecto que va desde la unión contra Inglaterra del principio hasta la guerra civil de la segunda etapa, ya expulsados los escuadrones británicos de ocupación. La lucha entre ambos hermanos se inserta dentro de una visión totalizadora que enriquece la comprensión general del período y describe con detalles las diferentes posiciones ante cada alianza y cada ruptura entre los sectores involucrados. Ken Loach se reafirma como un cineasta talentoso y único, capaz de encarar proyectos tan complejos y aparentemente inabarcables como este. Denunciando no solo los asesinatos, torturas y vejámenes perpetrados por los británicos, sino también las contradicciones y paradojas de los oprimidos, el film no evade el dolor y mira de frente al espectador comunicándole que, como decía John Lennon, “si tuvieras la suerte del irlandés, desearías estar muerto”.
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