Se dice que la primera tentativa de fuga existe desde que se construyera la primera cárcel, ya que el primer derecho del prisionero, y por lo tanto deber, es el de situarse fuera de las paredes que le coartan la libertad. Euskal Herria, al igual que otros muchos países, ha visto nacer a miles de militantes políticos que, como a día de hoy, se han visto abocados a desarrollar su militancia bajo las rejas de las prisiones españolas y francesas. Y a la postre, también a intentar evadirse de ellas, aunque muy pocos han sido los intentos que han prosperado. De entre éstos, la fuga que 29 prisioneros, 25 ellos militantes de ETA, realizaron de la cárcel de Segovia el 5 de abril de 1976 es sin duda alguna la que se mantiene más vida en la memoria colectiva de Euskal Herria junto a la del penal de Ezkaba en 1938.
«Fugarnos era una obligación, un compromiso con Euskadi», señala Bixente Serrano Izko uno de los evadidos en el prólogo del libro que Angel Amigo también otro de los fugados escribiera meses más tarde narrando la histórica evasión. Tres decenios después, Serrano Izko señala a GARA que las infructuosas fugas de Segovia «se situaban dentro de la lucha política que llevábamos a cabo como militantes políticos, y más aún con el objetivo de impulsar y reforzar el movimiento popular existente entonces en pro de la amnistía».
Un año antes, en 1975, caían en manos de la Policía Armada española los planos y las fotografías del acantarillado de la penal de Segovia. Se iba así al traste así el primer intento de fuga, cuando todo ya estaba listo. Esta vez, también, la inexorable ayuda del infiltrado Mikel Lejarza, «El Lobo» fue decisiva para desentrañar y llevar al traste los planes de los presos vascos.
Así lo recuerda Mikel Laskurain, uno de los cinco encarcelados que consiguieron cruzar finalmente el río Bidasoa y que participó también en la primera intentona. No duda en señalar que aquellos fueron momentos «muy duros», pero a la vez «muy ilusionantes, porque esperábamos salir libres, salir para continuar luchando».
Bixente Serrano Izko aún mantiene intacto en su memoria uno de los «pasajes más importantes e impresionantes» de su vida. Acto seguido de quedar al descubierto los planes de evasión de 1975 comenzaron los preparativos para la siguiente. A pesar de que los responsables de la cárcel segoviana descubrieron todo el plan, incluido el alcantarillado por el que pre- veían salir, los prisioneros vascos optaron por continuar con los planes iniciales. Pero esta vez la excavación del túnel la realizarían en las letrinas en vez de en las duchas.
Teniendo en cuenta que el primer fracaso fue derivado de la caída del comando exterior, en esta ocasión los únicos conocedores de los planes serían los propios presos. Además, a diferencia de la anterior, esta intentona la planearon sólo entre los militantes de ETA (pm). La arquitectura de la propia cárcel de Segovia y el hecho de que en 1975 llevaron a cabo unas obras en su interior propiciarían las condiciones favorables para el éxito de la fuga de la prisión.
El Gobierno español aún franquista alardeaba de que, tras el fallido intento de fuga de 1975, Segovia era «una prisión anti-fuga» en la que, además, el régimen interno estaba catalogado como de primer grado. Pero la tenacidad, la organización, la disciplina y la imaginación de los prisioneros vascos llevaría a que 29 presos la mayoría de ellos de ETA (pm), algunos de ETA (m) y otros catalanes del Movimiento Ibérico de Liberación, como el único fallecido en la contienda, Oriol Solé Sugranyes se fugaran el lunes 5 de abril de 1976 de la prisión de Segovia.
Linternas fabricadas a base de rollos de papel higiénico, la continuada extracción de tierra que iba a parar a la cocina, turnos de vigilancia ininterrumpidos también durante las noches, partidos a pala y simu- lados arreglos de mobiliario para que no detectaran los ruidos provenientes de la excavación, o la colocación de una tapadera falsa de 40 kilos en el comienzo del túnel, fueron algunos de los necesarios trabajos previos al día de la fuga.
Muere Oriol Sole Sugranyes .
Un camión encargado de transportar madera desde Segovia a Aurizberri (Nafarroa) sería el medio en el que se trasladaron los 29 presos, junto a los cuatro miembros del comando exterior. En la localidad navarra, en cambio, la espera se prolongó durante una hora ante la ausencia del mugalari. Este no acudiría por una confusión, pero los 33 militantes decidirían asumir ellos mismos el objetivo de pasar la muga y llegar a Urepel.
Iñaki Garmendia, otro de los fugados de Segovia, recuerda que con sus 20 años vivió aquello con «mucha ilusión». «Sabíamos que, con la muerte de Franco y con todo el movimiento que había en Euskal Herria, la amnistía podría llegar pronto. Y la acción había que realizarla, para salir antes de allí y a su vez porque considerábamos que aquello iba a suponer un importante empuje a la lucha por la amnistía. Y así fue», señala Garmendia.
Recuerda que en el interior del camión, después de más de una hora de espera, llegaron incluso a votar entre las dos posibilidades que presentaban: regresar hacia Iruñea o ir a través del monte hasta la muga.
Fueron pocos los que optaron por regresar hacia Iruñea y esperar a una segunda cita para el paso del río Bidasoa. A escasos veinte minutos de emprender el camino a través del monte, un destello los paralizó; las metralletas de la Guardia Civil empezaron enseguida a silbar y la nueva huida no se hizo esperar. A oscuras, entre una densa niebla y en medio de ráfagas de disparos, los fugados se dividieron en diversos grupos. Pocos volverían a encontrarse de nuevo. Para al amanecer ya eran 22 los arrestados por la Guardia Civil y la Policía Armada. Incluso los «boinas verdes» del Ejército acudirían al cerco policial de Burguete.
Miren Amilibia, con tan sólo 22 años, fue la única militante del comando exterior que logró zafarse del cerco policial para, al cabo de veinte días, llegar a Ipar Euskal Herria junto a otros cuatro presos fugados. Sus tres compañeros de comando no corrieron la misma suerte y fueron arrestados. A diferencia de los fugados, a los que se trasladaría directamente a la cárcel tras su paso por el cuartel de Auritz, los tres miembros del comando exterior fueron conducidos a dependencias policiales, donde fueron torturados con técnicas modernas, hasta entonces no conocidas, según señalaba «Punto y Hora».
«Para nosotros era importante demostrar que era posible que el sistema se podía resquebrajar y a través, precisamente, de uno de los instrumentos más representativos, como puede ser la cárcel. Acababa de morir Franco, pero no habían cambiado las condiciones. Y considerábamos que debíamos forzar y facilitar la salida de la gente que tenía derecho a salir», afirma Amilibia, que, después de encontrarse con Laskurain, durante la noche logró evadir el cerco policial, retrocediendo y siguiendo los postes eléctricos. En la huida, ya en las cercanías del chalet donde se cobijarían, se percataron de la presencia de otras personas: eran tres de los fugados de Segovia. Los cinco serían los únicos que lograron evadirse con éxito, dejando atrás el cuerpo sin vida de Oriol Solé, al menos tres heridos de bala y un montón de detenidos.
Amilibia, una de las dos mujeres que participaron en la fuga, coincide en que «en aquel contexto político aquella acción supuso un impulso en la lucha popular por la amnistía», que finalmente se materializaría al año siguiente, sin que los militantes vascos hayan dejado, hasta hoy día, de ocupar las cárceles del Estado español.
«Pero de algo no nos cabía duda. No nos cabía duda de que la lucha más dura, la más eficaz, la que verdaderamente había de decidir el triunfo o la derrota, era la de la calle. Y ahí estaba nuestra más consciente obligación. Volver a la calle, volver al pueblo», sentenciaba Serrano Izko en el prólogo del libro sobre la fuga de Segovia. Han pasado 30 años, pero el ejemplo y el testimonio de los fugados sigue muy vivo. -