sábado, 17 de noviembre de 2007
Acratas, expropiadores del Rio de la Plata (Virginia Martinez)
Durruti, Anarquista (Jean Luis Comolli) 1997.
miércoles, 31 de octubre de 2007
La fuga de segovia (Imanol Uribe)
Se dice que la primera tentativa de fuga existe desde que se construyera la primera cárcel, ya que el primer derecho del prisionero, y por lo tanto deber, es el de situarse fuera de las paredes que le coartan la libertad. Euskal Herria, al igual que otros muchos países, ha visto nacer a miles de militantes políticos que, como a día de hoy, se han visto abocados a desarrollar su militancia bajo las rejas de las prisiones españolas y francesas. Y a la postre, también a intentar evadirse de ellas, aunque muy pocos han sido los intentos que han prosperado. De entre éstos, la fuga que 29 prisioneros, 25 ellos militantes de ETA, realizaron de la cárcel de Segovia el 5 de abril de 1976 es sin duda alguna la que se mantiene más vida en la memoria colectiva de Euskal Herria junto a la del penal de Ezkaba en 1938.
«Fugarnos era una obligación, un compromiso con Euskadi», señala Bixente Serrano Izko uno de los evadidos en el prólogo del libro que Angel Amigo también otro de los fugados escribiera meses más tarde narrando la histórica evasión. Tres decenios después, Serrano Izko señala a GARA que las infructuosas fugas de Segovia «se situaban dentro de la lucha política que llevábamos a cabo como militantes políticos, y más aún con el objetivo de impulsar y reforzar el movimiento popular existente entonces en pro de la amnistía».
Un año antes, en 1975, caían en manos de la Policía Armada española los planos y las fotografías del acantarillado de la penal de Segovia. Se iba así al traste así el primer intento de fuga, cuando todo ya estaba listo. Esta vez, también, la inexorable ayuda del infiltrado Mikel Lejarza, «El Lobo» fue decisiva para desentrañar y llevar al traste los planes de los presos vascos.
Así lo recuerda Mikel Laskurain, uno de los cinco encarcelados que consiguieron cruzar finalmente el río Bidasoa y que participó también en la primera intentona. No duda en señalar que aquellos fueron momentos «muy duros», pero a la vez «muy ilusionantes, porque esperábamos salir libres, salir para continuar luchando».
Bixente Serrano Izko aún mantiene intacto en su memoria uno de los «pasajes más importantes e impresionantes» de su vida. Acto seguido de quedar al descubierto los planes de evasión de 1975 comenzaron los preparativos para la siguiente. A pesar de que los responsables de la cárcel segoviana descubrieron todo el plan, incluido el alcantarillado por el que pre- veían salir, los prisioneros vascos optaron por continuar con los planes iniciales. Pero esta vez la excavación del túnel la realizarían en las letrinas en vez de en las duchas.
Teniendo en cuenta que el primer fracaso fue derivado de la caída del comando exterior, en esta ocasión los únicos conocedores de los planes serían los propios presos. Además, a diferencia de la anterior, esta intentona la planearon sólo entre los militantes de ETA (pm). La arquitectura de la propia cárcel de Segovia y el hecho de que en 1975 llevaron a cabo unas obras en su interior propiciarían las condiciones favorables para el éxito de la fuga de la prisión.
El Gobierno español aún franquista alardeaba de que, tras el fallido intento de fuga de 1975, Segovia era «una prisión anti-fuga» en la que, además, el régimen interno estaba catalogado como de primer grado. Pero la tenacidad, la organización, la disciplina y la imaginación de los prisioneros vascos llevaría a que 29 presos la mayoría de ellos de ETA (pm), algunos de ETA (m) y otros catalanes del Movimiento Ibérico de Liberación, como el único fallecido en la contienda, Oriol Solé Sugranyes se fugaran el lunes 5 de abril de 1976 de la prisión de Segovia.
Linternas fabricadas a base de rollos de papel higiénico, la continuada extracción de tierra que iba a parar a la cocina, turnos de vigilancia ininterrumpidos también durante las noches, partidos a pala y simu- lados arreglos de mobiliario para que no detectaran los ruidos provenientes de la excavación, o la colocación de una tapadera falsa de 40 kilos en el comienzo del túnel, fueron algunos de los necesarios trabajos previos al día de la fuga.
Muere Oriol Sole Sugranyes .
Un camión encargado de transportar madera desde Segovia a Aurizberri (Nafarroa) sería el medio en el que se trasladaron los 29 presos, junto a los cuatro miembros del comando exterior. En la localidad navarra, en cambio, la espera se prolongó durante una hora ante la ausencia del mugalari. Este no acudiría por una confusión, pero los 33 militantes decidirían asumir ellos mismos el objetivo de pasar la muga y llegar a Urepel.
Iñaki Garmendia, otro de los fugados de Segovia, recuerda que con sus 20 años vivió aquello con «mucha ilusión». «Sabíamos que, con la muerte de Franco y con todo el movimiento que había en Euskal Herria, la amnistía podría llegar pronto. Y la acción había que realizarla, para salir antes de allí y a su vez porque considerábamos que aquello iba a suponer un importante empuje a la lucha por la amnistía. Y así fue», señala Garmendia.
Recuerda que en el interior del camión, después de más de una hora de espera, llegaron incluso a votar entre las dos posibilidades que presentaban: regresar hacia Iruñea o ir a través del monte hasta la muga.
Fueron pocos los que optaron por regresar hacia Iruñea y esperar a una segunda cita para el paso del río Bidasoa. A escasos veinte minutos de emprender el camino a través del monte, un destello los paralizó; las metralletas de la Guardia Civil empezaron enseguida a silbar y la nueva huida no se hizo esperar. A oscuras, entre una densa niebla y en medio de ráfagas de disparos, los fugados se dividieron en diversos grupos. Pocos volverían a encontrarse de nuevo. Para al amanecer ya eran 22 los arrestados por la Guardia Civil y la Policía Armada. Incluso los «boinas verdes» del Ejército acudirían al cerco policial de Burguete.
Miren Amilibia, con tan sólo 22 años, fue la única militante del comando exterior que logró zafarse del cerco policial para, al cabo de veinte días, llegar a Ipar Euskal Herria junto a otros cuatro presos fugados. Sus tres compañeros de comando no corrieron la misma suerte y fueron arrestados. A diferencia de los fugados, a los que se trasladaría directamente a la cárcel tras su paso por el cuartel de Auritz, los tres miembros del comando exterior fueron conducidos a dependencias policiales, donde fueron torturados con técnicas modernas, hasta entonces no conocidas, según señalaba «Punto y Hora».
«Para nosotros era importante demostrar que era posible que el sistema se podía resquebrajar y a través, precisamente, de uno de los instrumentos más representativos, como puede ser la cárcel. Acababa de morir Franco, pero no habían cambiado las condiciones. Y considerábamos que debíamos forzar y facilitar la salida de la gente que tenía derecho a salir», afirma Amilibia, que, después de encontrarse con Laskurain, durante la noche logró evadir el cerco policial, retrocediendo y siguiendo los postes eléctricos. En la huida, ya en las cercanías del chalet donde se cobijarían, se percataron de la presencia de otras personas: eran tres de los fugados de Segovia. Los cinco serían los únicos que lograron evadirse con éxito, dejando atrás el cuerpo sin vida de Oriol Solé, al menos tres heridos de bala y un montón de detenidos.
Amilibia, una de las dos mujeres que participaron en la fuga, coincide en que «en aquel contexto político aquella acción supuso un impulso en la lucha popular por la amnistía», que finalmente se materializaría al año siguiente, sin que los militantes vascos hayan dejado, hasta hoy día, de ocupar las cárceles del Estado español.
«Pero de algo no nos cabía duda. No nos cabía duda de que la lucha más dura, la más eficaz, la que verdaderamente había de decidir el triunfo o la derrota, era la de la calle. Y ahí estaba nuestra más consciente obligación. Volver a la calle, volver al pueblo», sentenciaba Serrano Izko en el prólogo del libro sobre la fuga de Segovia. Han pasado 30 años, pero el ejemplo y el testimonio de los fugados sigue muy vivo. -
sábado, 27 de octubre de 2007
Las Bicicletas son para el verano (Jaime Chavarri)
martes, 23 de octubre de 2007
Sacco y Vanzetti (Giuliano Montaldo)
Videodrome (David Cronenberg)
Vampiros en la Habana (Juan Padron)
¡Vampiros en La Habana! es el segundo largometraje animado de Juan Padron (creador de Elpidio Valdés). La película trata de una conspiración por parte de las dos bandas organizadas de vampiros ("Capa Nostra" en América y "Vampiro" en Europa) por apoderarse de la fórmula creada por Verner Amadeus que les permite resistir el sol, cada uno con sus propios intereses: El primer grupo pretende destruirla pues atenta contra su negocio de playas para vampiros, y el segundo pretende comercializarla y hacerse ricos, aún cuando la intención original del creador era distribuirla gratuitamente a todos los vampiros. En medio de esta guerra está Joseph Emmanuel ("Pepito" para los amigos), sobrino de Verner y prueba viviente de la eficacia de la fórmula: La ha tomado desde pequeño y, en consecuencia, ha crecido a la luz del sol, ignorando que él mismo es un vampiro.
Tierra y Libertad (Ken Loach)
Divididos por la guerra. Unidos por la revolución... Otoño de 1936. David, un joven comunista en paro, deja Liverpool para incorporarse a la lucha contra el fascismo al inicio de la Guerra Civil española. Ingresa en la sección Internacional de la milicia republicana en el frente de Aragón, donde conocerá a Bernard, Lawrence, Coogan, Blanca, Maite... milicianos como él procedentes de toda Europa y Estados Unidos. David resulta herido y tiene que ser hospitalizado en Barcelona. En la ciudad, comunistas y anarquistas dirimen su propia guerra interna. Dividido entre la lealtad a su partido y su amor por Blanca, David regresa al frente para luchar por la supervivencia de su sueño revolucionario.
Tiempo de Gitanos (Emir Kusturica)
Se arrienda (Alberto Fuguet)
A Gastón Fernández de nada le ha servido pasar un puñado de años estudiando música en Nueva York. De vuelta en Chile recibe a regañadientes la asistencia paterna y es un típico personaje fuguetiano. Y esto quiere decir que se inscribe en el mundo literario de piezas como Mala onda o Las películas de mi vida, es decir, hay un protagonista desadaptado ABC1, muchas citas y guiños a la cultura pop y un ambiente urbano.
En este caso, un inagotable asfalto santiaguino que sirve de telón de fondo para un drama chileno que refleja un feroz estado de las cosas. Y a través de una excusa leve: la pequeña tragedia de un artista "cuico" que se niega a traicionar sus principicios de juventud. Principios que, por lo demás, nada tenían que ver con la política dura ni la lucha contra la dictadura de Pinochet. Más bien, con el hecho de ser un artista puro.
Pan y rosas (Ken Loach)
Maya (Pilar Padilla) y Rosa (Elpidia Carrillo) son dos hermanas mexicanas que trabajan de limpiadoras para una gran empresa en Hollywood; hasta que conocen a Sam (Adrien Brody), un defensor de los trabajadores que despertará en ellas la fuerza para levantarse en contra de su marginal situación en pos de una mejora de su condición social. Se trata de la lucha de las clases bajas e inmigrates contra los poderes empresariales que les someten.
Opus Dei, una cruzada silenciosa (Marcela Said)
En el 2001, Marcela Said sorprendió a todos con su documental “I love Pinochet”, en el cual mostraba las impresiones de los principales partidarios del régimen de Pinochet. Ahora vuelve a sorprendernos con su nuevo documental “Opus Dei, una cruzada silenciosa”, que en 52 minutos logra resumir la esencia de una de las organizaciones más influyentes y secretas de la Iglesia Católica, cuyo pensamiento aún es un misterio.
Opus Dei es un viaje inédito al mundo del fundamentalismo cristiano, en donde la voluntad de poner "la cruz en medio del mundo" lleva la pérdida definitiva de la frontera entre el ámbito religioso y temporal. La posibilidad que un miembro del Opus Dei, heredero del "pinochetismo" haya sido candidato a la presidencia en Chile (Joaquín Lavín), lleva a los realizadores a preguntarse sobre las aspiraciones políticas e ideológicas de esta organización que se define a si misma como "el brazo armado de la iglesia católica".
El postulado público del Opus es extremadamente simple: "Santificar el trabajo, santificarse a través del trabajo, y santificar a los demás a través del trabajo bien hecho". Es tal vez en esta simplicidad donde radica su mayor fuerza. En esta sociedad perfecta, limpia, ordenada, estamentada, "de buen gusto", donde los roles están claros (sobre todo el femenino), la vida pareciera ser más fácil ¿Dónde quedan los matices y dualidades que constituyen a todo ser humano?
Desde la escuela de hotelería en donde educan la consciencia de las empleadas del hogar, hasta las grandes escuelas de comercio en donde se forman los futuros dirigentes europeos, la película revela un mecanismo eficaz de lucha y conquista del poder. De la luz a la oscuridad, de los grandes espacios a la claustrofobia de un sistema cerrado desde adentro; la imagen nos conduce de este sueño "del mejor de los mundos" a las aberraciones de una dictadura espiritual y social.
Con apenas un año después de su filmación, el documental ha sido exhibido en diversos festivales de Europa. Resultó ganador del premio Pedro Sienna del presente año, como mejor mediometraje documental.
Nueces para el amor (Alberto Lechi)
Los niños de septiembre (Sergio Marras)
Memoria, Dignidad y Lucha (La Plataforma)
CSO Escuela Taller (La Plataforma)
La Valla de la Verguenza (La Plataforma)
Agradecimientos especiales a los compañerxs del Colectivo de Contrainformación Multimedia La Plataforma por facilitarnos este material de forma solidaria y desinteresada...
Visiten su sitio web: http://theplatform.nuevaradio.org/
martes, 2 de octubre de 2007
La Marcha de los Pingüinos(Luc Jacquet)
La Huelga (Serguei M. Eisenstein)
La Caida (Olivier Hirschbiegel)
Este film aleman, dirigido por Oliver Hirschbiegel, presenta los últimos 12 días en la vida de Hitler y el Tercer Reich. Por primera vez en décadas, el cine alemán se atrevió a darle rostro y voz al más vil de los hombres. La historia cinematográfica de la Segunda Guerra Mundial ha sido recordada por la narrativa de las víctimas y los vencedores. El hundimiento ofrece la versión de los verdugos.
Nunca es fàcil ponerse en la piel del lider del terror. Alec Guinness (Los últimos días de Hitler, 1973) y Anthony Hopkins (El búnker, 1981) son algunos de los actores que han aceptado colocarse el bigote ridículo y el peinado engominado que obliga la caracterización del dictador nazi. En La Caida, Bruno Ganz es un Hitler que habla alemán, el segundo luego de la interpretación de Albin Skoda en "El último acto" de George W. Pabst en 1956, y que cuya referencia le sirvió para darle a Ganz la inspiración necesaria para poder afrontar este Hitler totalmente en alemán. El timbre de voz de Hitler presenta al alemán como el idioma perfecto para dar órdenes. La fuerza del lenguaje, aun para los espectadores que no entendemos alemán, le da un realismo brutal a la película.
Antes de La Caida, Bruno Ganz trabajó con Wim Wenders en "El amigo americano" -1977- y fue el ángel Damiel en "Las alas del deseo" -1987-. Ahora Ganz borró de su rostro cualquier rastro de serafín para encarnar al seudónimo del demonio. Ian Kershaw, el biógrafo más importante de Hitler, escribió que es casi imposible hacer una mejor película sobre los días previos al suicidio del Führer. La cinta no presenta al líder aclamado por las masas, sino a un tirano senil que convoca ejércitos inexistentes para defender las últimas posiciones nazis sobre Berlín. Un anciano prematuro aquejado por la paranoia y el mal de párkinson. ¿Cómo un ser tan ordinario logró convencer a su pueblo de que el odio y la guerra eran el mejor camino de la salvación nacional?
La caida llega a todo el mundo despertando polémicas. La crítica más frecuente reitera que la película convierte a Hitler en un ente de carne y hueso. La peor de las bestias queda reducida a la mediocre condición de hijo de vecino. Sin embargo, sólo los locos neonazis pueden sentir compasión por el dictador al borde del colapso físico y mental.
¿Qué servicio se le presta a las víctimas del Holocausto al preservar el mito sobrehumano del principal responsable del genocidio? Ninguno. Adolfo Hitler era un ser humano. Su capacidad para la maldad, su habilidad para contagiar el odio y su organización industrial del genocidio no fueron producto de un ser sobrenatural o una inteligencia extraterrestre. El peor de los monstruos tenía absoluta compatibilidad genética con el resto de nosotros. El responsable directo de la muerte de millones de personas, también era capaz de mostrar dulzura frente a un grupo de niños. El mayor criminal del siglo XX era un caballero con las damas y afectuoso con su mascota canina. Al filmar una película sobre este personaje se corre el riesgo de humanizar a la bestia.
Presentar a Hitler como un miembro más de la especie es un recordatorio vergonzoso de lo que podemos ser capaces. Lo más impactante de la película no es la actuación espeluznante y perfecta de Bruno Ganz, sino el amor, la lealtad y la veneración que sentían los alemanes por el hombre que convirtió a su pueblo en una nación de verdugos y asesinos.
Desde hace 60 años, Alemania ha luchado por encarar los fantasmas de su pasado. En su libro El peso de la culpa Ian Buruma compara los esfuerzos de Japón y Alemania para enfrentar sus atrocidades durante la Segunda Guerra Mundial. Mientras Japón prefiere voltear los ojos hacia otro lado y cambiar la conversación, los alemanes han hecho un esfuerzo colectivo para asumir la responsabilidad de su vergüenza histórica. El hundimiento usa el lente de la cámara para mirar a los ojos a esta pesadilla colectiva.
Hitler se convirtió en líder de Alemania gracias al voto de sus compatriotas, pero su aferramiento al poder por 12 años fue consecuencia de la destrucción de las instituciones que permiten la existencia de la democracia. Un parlamento sólido, una oposición activa y una prensa libre hubieran mitigado su talento para propagar la muerte.
Sesenta años después de que Hitler se dio un tiro en su búnker, nos lamentamos de los desfiguros, las torpezas y las lentitudes de la democracia. Quejarse de las imperfecciones democráticas es uno de los mayores privilegios que puede tener un habitante del planeta Tierra. Las penurias de quienes se lamentan de no tener democracia alguna son sin duda mucho más dolorosas.
Iluminados por el fuego (Tristán Bauer)
Good Bye, Lenin! (Wolfgang Becker)
Octubre de 1989 no era el mejor momento para entrar en coma si vivías en Alemania Oriental y eso es precisamente lo que le ocurre a la madre de Alex, una mujer orgullosa de sus ideas socialistas. Alex se ve envuelto en una complicada situación cuando su madre despierta de repente ocho meses después. Ninguna otra cosa podría afectar tanto a su madre como la caída del Muro de Berlín y el triunfo del capitalismo en su amada Alemania Oriental. Para salvar a su madre, Alex convierte el apartamento familiar en una isla anclada en el pasado, una especie de museo del socialismo en el que su madre vive cómodamente creyendo que nada ha cambiado. Lo que empieza como una pequeña mentira piadosa se convierte en una gran estafa cuando la hermana de Alex y algunos vecinos se encargan de mantener la farsa para que la madre de Alex siga creyendo que al final Lenin venció.
lunes, 1 de octubre de 2007
El viento que acaricia el prado (Ken Loach)
Estamos en Irlanda, en 1920. La historia se centra en dos hermanos, Damien (Cillian Murphy), un joven que acaba de terminar la carrera de medicina y planea irse a Londres para completar la residencia, y Teddy (Padraic Delaney), que lidera una rama del Ejercito Republicano Irlandés (Irish Republican Army, IRA) en su lucha por la independencia contra los invasores británicos. Justo antes de partir, Damien presencia terribles actos de brutalidad por parte de las fuerzas inglesas contra los campesinos y trabajadores irlandeses, por lo que reconsidera su posición y decide unirse al IRA junto a su hermano. La violencia aumenta progresivamente cuando los atentados se empiezan a suceder y cuando la corona británica pretende socavar la rebelión a través de salvajes contraataques que tienen por blanco a la población local. Cuando finalmente se concuerda una tregua que obliga a los ingleses a abandonar el país pero somete a Irlanda a la voluntad del Rey, el pueblo irlandés se muestra dividido. A pesar de que el tratado que convalida esta independencia a medias es aprobado, amplios sectores del IRA lo rechazan, por lo que la violencia vuelve a surgir en términos de una guerra civil. Los dos hermanos que antes luchaban codo a codo ahora se ven enfrentados: uno apoyando el tratado (Teddy), y el otro negándolo (Damien). La situación colonial se transmuta en una batalla fraticida.
Como ya lo había hecho en Tierra y libertad (Land and Freedom, 1995) y La canción de Carla (Carla's Song, 1996), Loach, verdadero paladín del cine social inglés, analiza las contradicciones que las propuestas revolucionarias llevan en su ceno, tanto por las discordancias internas y la insensatez de algunas decisiones, como por la violencia excesiva y la recurrente incoherencia ideológica. El director vuelve a combinar con mano maestra un estilo semi documental, paradójicamente muy prolijo y cuidado, con un realismo y una meticulosidad admirable en todos los rubros artísticos y técnicos. A la par de una reconstrucción de época excelente y de maravillosas actuaciones, la sensación de estar presenciando conflictos sociales reales está presente durante toda la proyección. El fin de todo esto no es solo el dejar en claro eso de que los antiguos dominados se convierten fácilmente en los nuevos déspotas, sino también se busca explicitar los hilos imperiales que, ya sin la fuerza militar, intervienen y siguen dominando a través de la política y la economía irlandesa. La influencia británica no se va de un día para otro, la corona apoya la guerra civil con el fin de debilitar el país y conservar su posición hegemónica.
El viento que acaricia el prado construye un lienzo global que pinta magistralmente las distintas aristas del conflicto, tomando el tópico familiar como metáfora directa del trayecto que va desde la unión contra Inglaterra del principio hasta la guerra civil de la segunda etapa, ya expulsados los escuadrones británicos de ocupación. La lucha entre ambos hermanos se inserta dentro de una visión totalizadora que enriquece la comprensión general del período y describe con detalles las diferentes posiciones ante cada alianza y cada ruptura entre los sectores involucrados. Ken Loach se reafirma como un cineasta talentoso y único, capaz de encarar proyectos tan complejos y aparentemente inabarcables como este. Denunciando no solo los asesinatos, torturas y vejámenes perpetrados por los británicos, sino también las contradicciones y paradojas de los oprimidos, el film no evade el dolor y mira de frente al espectador comunicándole que, como decía John Lennon, “si tuvieras la suerte del irlandés, desearías estar muerto”.
El viaje de Chihiro (Hayao Miyazaki)
martes, 25 de septiembre de 2007
La vida es bella (Roberto Benigni)
La lista de Schindler (Steven Spielberg)
El pianista (Roman Polanski)
El marido de la peluquera (Patrice Leconte)
El fuego y la palabra 20/10
Diarios de motocicleta (Walter Salles)
Diario de un skin (Jacobo Rispa)
El Ilusionista (Neil Burger)
Diamante de Sangre (Edward Zwick)
BOWLING FOR COLUMBINE (Michael Moore)
Blow Up (Michelangelo Antonioni)
Bailarina en la oscuridad (Lars Von Trier)
No es fácil reseñar Bailarina en la oscuridad, la nueva película del danés Lars Von Trier. Aunque dijéramos que él es el creador del Dogma 95 pero en este film se aleja de la austeridad de aquellas normas; que ganó la Palma de Oro en Cannes cosechando amores y odios; que el film está protagonizado por la cantante islandesa Björk; que está filmado en video digital, y que es una mezcla de melodrama y musical, estaríamos diciendo poco. Bailarina en la oscuridad es mucho más que eso. En la acumulación de diferentes elementos, en la exaltación de ciertos recursos, en la provocación que produce el tema y el tratamiento que le da su director, tal vez se encuentre parte del secreto.
Ninguna de las películas que componen la filmografía de Lars es igual a la otra. Casi podría decirse que se contraponen, como si de esta forma el realizador afirmara su postulado anterior y volviera a comenzar, a experimentar, a refundar el cine que propone. Aunque no abandona la cámara en mano, cierta crueldad morbosa y un alegato contra la pena de muerte llevado al extremo, Bailarina... está más cerca de Contra viento y marea (Breaking the Waves, 1996) que del Dogma y Los idiotas (Idioterne, 1998), su anterior film.
Si el Dogma era austeridad pura, Bailarina... es puro artificio: cientos de cámaras, varios decorados, musicales inmersos en una trama dramática (y aun trágica), muertes y mucho más. Como Bess (Emily Watson) en Contra viento y marea, la protagonista de Bailarina... es una mujer sufrida y sacrificada. Y el martirio de ambas está asociado a la idea de santidad.
Selma (Björk) es checoslovaca pero se mata trabajando en una fábrica de los Estados Unidos para salvar a su hijo. Madre soltera, pobre y casi ciega, junta centavo tras centavo para poder pagarle una operación de ojos a Gene (Vladan Kostic) que le evite la ceguera que hereditariamente padecerá. El problema es que tanto lo primero –que Selma casi no ve–, como lo segundo –que atesora dinero porque su hijo debe operarse– son dos secretos que ella tiene bien guardados. El trabajo con las máquinas de la fábrica es difícil y peligroso pero ella sabe hacerlo de memoria y pretende que su supervisor y su amiga Kathy (Catherine Deneuve) no se den cuenta de la discapacidad. La excusa para la reserva del dinero es que se lo envía su padre en su país de origen, Oldrich Novy.
Lo de su padre es un invento. Pero Novy existe. Es un bailarín de viejos musicales como los que a Selma le gusta representar en sus ratos libres (hace de María en una puesta de La novicia rebelde) y ver en el cine (es memorable la escena en que Kathy le grafica sobre la mano a Selma los movimientos de los actores de la pantalla que ella no logra distinguir). Pero, principalmente, los musicales forman parte de su imaginación.
Pequeña, inteligente, confiada y un poco ingenua, Selma comete el error de intercambiar confesiones con Bill (David Morse). Este buen policía del pueblo le alquila un trailer en el jardín de la casa que comparte con su mujer y cuida a su hijo cuando ella no está, pero tiene serios asuntos de dinero que resolver. A partir de allí se desencadena la tragedia...
Los musicales se convierten, entonces, en un mundo paralelo para Selma, una lente por donde mirar, una nueva forma de ver las cosas a través de su imaginación. Von Trier juega con las convenciones del género y a la vez crea una salida para esta mujer que no la tiene. Se pasa de la situación más dramática a las canciones, los bailarines y las coreografías. Pero en Bailarina... no hay reflectores, ni escenario, ni orquesta. Los personajes son los mismos, las locaciones también, sólo que Selma imagina a todos danzando.
En la fábrica, en las vías del tren, en el juzgado o en la cárcel, cualquier pequeño ruido despierta en Selma el sueño musical. Esto le permite crear una nueva realidad, romper con la ominosa calma de la oscuridad (la de su ceguera y la del mundo que la rodea), lograr evadirse o, quizás, quedar sumergida definitivamente. En los musicales clásicos nadie muere, todo brilla. Aquí, apenas es posible esbozar una sonrisa en medio de la angustia que genera la narración.
Kathy estará siempre de su lado, su pretendiente Jeff (Peter Stormare) la rescatará en más de una oportunidad, su hijo Gene nunca dejará de ser el motor de su vida, pero a esta altura sabemos que Selma... El alegato final es feroz, como lo es siempre en Von Trier. Pero como dice el film: "no estamos perdidos si esta no es la última canción". Enojados o atraídos por Bailarina en la oscuridad, así de extremos son los sentimientos que despierta, lo que es seguro es que la entrañable Selma (irremplazable Björk) no será fácil de olvidar. Lejos, una de las mejores películas de los últimos tiempos.
Yvonne Yolis
jueves, 20 de septiembre de 2007
Apocalypto (Mel Gibson)
lunes, 20 de agosto de 2007
martes, 14 de agosto de 2007
miércoles, 18 de julio de 2007
El cine como instrumento de colonización cultural: Disney, el western y el musical.
Y desde sus orígenes la industria cinematográfica fue un cuasimonopolio de Estados Unidos, así como su más eficaz arma ideológica y propagandística; no es exagerado afirmar que, sobre todo en los años cincuenta y sesenta, Hollywood desempeñó un papel no menos importante que el Pentágono en la agresiva campaña imperialista estadounidense.
A partir de la II Guerra Mundial, la factoría Disney inundó el mercado internacional con tres tipos de productos básicos: cortometrajes de dibujos animados, largometrajes de dibujos animados (los largometrajes con actores reales son más tardíos e inespecíficos) y cómics (desarrollados sobre todo a partir de los protagonistas de los cortometrajes).
Los cortometrajes disneyanos suelen ser meras sucesiones de gags humorísticos, y su carga ideológica es comparativamente escasa, aunque fueron decisivos para imponer a los dos grandes iconos de Disney: el ratón Mickey y el pato Donald, que se convertirían a su vez en los máximos protagonistas de los cómics de la factoría.
El análisis de las historietas de Mickey y Donald es especialmente interesante, pues en ellas alcanzan pleno desarrollo ambos personajes (apenas esbozados en los dibujos animados). En sus aventuras (a menudo bastante largas y de una cierta complejidad argumental), Mickey se perfila como el típico héroe positivo, valeroso y de conducta intachable, mientras que Donald se aproxima más al “semihéroe” de las típicas comedias cinematográficas estadounidenses, voluble y chapucero pero básicamente bueno. En su libro Cómo leer el pato Donald (1972), Ariel Dorfman y Armand Mattelart llevan a cabo un exhaustivo análisis del solapado contenido ideológico de los cómics disneyanos, y a dicho ensayo remito al lector interesado en un tema que no es posible tratar debidamente en esta breve exposición. Solo señalaré las curiosas relaciones de parentesco que se dan tanto en la familia Duck como en la familia Mouse: Donald vive con tres sobrinos (que no se sabe de quiénes son hijos), y los cuatro se relacionan de forma recurrente con el “tío Gilito”; las relaciones conyugales y paternofiliales brillan por su ausencia, y lo mismo ocurre en el caso de Mickey y sus dos sobrinos; además, tanto Donald como Mickey tienen sendas “eternas novias”, Daisy y Minnie, con las que mantienen relaciones un tanto ambiguas. ¿Impugnación de la familia convencional? Todo lo contrario: el matrimonio y la familia nuclear son la meta suprema, la culminación de toda aventura, y por tanto no pueden formar parte de la aventura misma; podríamos hablar, en este caso y en otros similares (casi todos los héroes del cómic tienen su correspondiente “eterna novia”), de mitificación por omisión.
En cuanto a los largometrajes de dibujos animados de la factoría Disney, sobre todo los de la primera época (Blancanieves, Bambi, Cenicienta, Pinocho, Peter Pan, La Bella Durmiente, etc.), han desempeñado un papel crucial en el proceso de suplantación de la cultura popular por la cultura de masas, al contribuir de forma decisiva a banalizar, edulcorar y resemantizar (es decir, ideologizar) los grandes cuentos maravillosos tradicionales y los clásicos de la literatura infantil. A primera vista, podría parecer que su carga ideológica no es muy intensa; pero no hay que olvidar que las películas de Disney van dirigidas (aunque no solo a ellos) a los niños, es decir, a un público indefenso ante los poderosos estímulos audiovisuales de estos excelentes (desde el punto de vista técnico) productos. Teniendo en cuenta, además, el extraordinario éxito de los grandes “clásicos” disneyanos, su amplísima difusión tanto en el espacio como en el tiempo, sería un grave error subvalorar la potencia indoctrinadora de sus almibarados mensajes ético-estéticos, que han grabado en las mentes de varias generaciones de niños unos patrones de belleza y bondad (y de fealdad-maldad) cuya trascendencia aún no ha sido debidamente estudiada.
A primera vista, resulta sorprendente que un género tan específicamente estadounidense, tan ligado a una historia y unas condiciones exclusivamente locales, haya alcanzado en todo el mundo un éxito tan extraordinario. Bien es cierto que la mera fuerza bruta de la industria cinematográfica podría haber impuesto cualquier tema, por muy local que fuera; pero un cine sobre las hazañas de los boy scouts o de los jugadores de rugby, pongamos por caso, no habría tenido la misma aceptación masiva que el western.
La explicación profunda del éxito sin precedentes de este género hay que buscarla en el hecho de que la sistemática campaña de expolio y exterminio conocida como “la conquista del Oeste” ha sido la última gran “epopeya” de la “raza blanca” contra otras etnias y de la cultura occidental contra otras culturas (la actual “cruzada contra el terrorismo islámico” no ha terminado, por lo que todavía no es materia épica, y esperemos que nunca llegue a serlo). La explicación está, en última instancia, en el racismo y la xenofobia de una sociedad brutal, íntimamente orgullosa de su larga tradición de atropellos y masacres.
Con el tiempo, el western evolucionó desde las consabidas cintas de “indios y vaqueros”, burdamente maniqueas y solo aptas para niños y descerebrados, hacia relatos más centrados en la épica del héroe solitario y autosuficiente, eficaz expresión del mito estadounidense del self-made man; e incluso daría lugar a derivaciones tan curiosas e interesantes como el “spaghetti western”, cuya peculiar retórica hiperbólica (y a menudo autoirónica) merecería un estudio aparte. Pero, en conjunto, el western es sin duda el género cinematográfico que de forma más grosera (y a la vez más eficaz) ha proclamado la “superioridad” de la “raza blanca” y de la cultura occidental. Toda la propaganda nazi y fascista de los años treinta se convierte en un juego de niños ante esta gigantesca maniobra de colonización cultural e idiotización de las masas.
Este género en apariencia tan amable e inofensivo como los dibujos animados, y a menudo ensalzado incluso por la crítica “de izquierdas” (revistas tan prestigiosas como la española Film Ideal o la francesa Cahiers de Cinéma rindieron en su día delirantes homenajes al musical estadounidense), ha sido probablemente el que más ha contribuido a imponer en todo el mundo los nefastos patrones ético-estéticos (los “valores”, en última instancia) tardooccidentales (no olvidemos que la cultura de masas estadounidense no es más que la degradación de la cultura occidental, la apoteosis de su banalización y decadencia).
El musical es, desde el punto de vista temático, una variante de la comedia romántica, y como tal nos propone, ante todo, unos estrictos modelos de conducta masculinos y femeninos, unos protocolos de cortejo igualmente rígidos y, en última instancia, una idealización extrema del amor convencional (que no en vano es el mito nuclear de nuestra cultura). Pero su peculiar naturaleza artística, su condición de “gran espectáculo”, su eficaz utilización de los recursos estéticos y retóricos de la música y la danza, convierten al musical en la máxima expresión del glamour, la elegancia y la alegría de vivir.
Es interesante intentar ver un musical con ojos de niño o de espectador ingenuo, no familiarizado con las convenciones del género. Un hombre y una mujer están conversando normalmente y, de pronto, sin previo aviso y sin mediar provocación alguna, él empieza a cantar. ¿Un ataque de locura transitoria? De ser así, la locura es contagiosa, pues ella, en vez de llamar a un médico, se pone a cantar también, y a los pocos segundos, arrastrados por su delirio melódico, el hombre y la mujer están bailando claqué... Los críticos culturales solemos buscar los mensajes ocultos tras la literalidad de determinados mensajes aparentemente simples, pero deberíamos realizar también el ejercicio recíproco: analizar la literalidad de ciertos mensajes “poéticos”. En este sentido, no deberíamos pasar por alto el nivel puramente denotativo de ciertas metáforas y metonimias típicas del cine, la publicidad y otras formas de seducción-indoctrinación. En las sociedades occidentales, gritar de felicidad y dar saltos de alegría son manifestaciones poco comunes entre los adultos; pero no en vano las alusiones verbales a estos impulsos reprimidos (su enunciación sustitutoria) se han convertido en frases hechas, y el musical se limita a sublimarlas artísticamente, puesto que cantar y bailar no es más que gritar y saltar de forma articulada. Si tenemos en cuenta, además, la relación de la danza con el cortejo y con la sexualidad misma, no es difícil ver en el musical la expresión más clara y desaforada de la mitología amorosa (es decir, de la ideología) occidental. Recuerdo una discusión que tuve hace muchos años con un conocido crítico de cine comunista sobre Cantando bajo la lluvia (una auténtica obra maestra desde el punto de vista artístico, qué duda cabe). “No me negarás que es una de esas películas que ayudan a vivir”, me dijo en un momento dado, a lo que repliqué: “En efecto, y precisamente en eso estriba su peligro: ayuda a reconciliarse con una forma de vida inaceptable”.
Desgraciadamente, la fascinación de la crítica de izquierdas por el musical estadounidense no es un fenómeno aislado. Sin ir más lejos, resulta paradójico (y preocupante) que en el más antiimperialista de los países y en el marco de un congreso sobre la diversidad cultural, disten de ser infrecuentes los signos de sometimiento a los patrones occidentales.
Si el traje de chaqueta (esa atrófica chaqueta que no en vano se denomina “americana”), uniforme oficial del macho dominante que lo distingue tanto de la clase oprimida (los obreros) como del género oprimido (las mujeres), es absurdo en todas partes, lo es doblemente en Cuba, y el hecho de que esté desplazando a la tradicional, elegante y funcional guayabera en los actos oficiales, es una señal de decadencia estética cuya importancia (nulla aesthetica sine ethica) no habría que subvalorar. ¿Y qué decir de la falocrática corbata, ese ridículo nudo corredizo de seda, a la vez signo de poder y de sometimiento, que en Occidente sigue siendo de uso obligatorio en muchos lugares y circunstancias?
¿Y qué decir de los zapatos de tacón (a cuyo éxito tanto han contribuido las divas de Hollywood)? No solo son obviamente inadecuados para caminar (y ya no digamos para correr), sino que, por si fuera poco, los traumatólogos llevan décadas denunciando los graves daños para los pies, e incluso para la columna vertebral, que acarrea su uso. Y, por otra parte, ¿cuál se supone que es su función? ¿Hacer más “atractiva” a la mujer que los lleva? Pero ¿quién puede encontrar atractiva a una mujer que lleva en los pies unos instrumentos de tortura que limitan su movilidad y dañan su salud? Solo un enfermo, obviamente, un machito baboso que se excita con la estética del dolor y la sumisión. La próxima vez, compañeras, que vayáis a calzaros unos zapatos de tacón, preguntaos qué pretendéis con ello. Si vuestra intención es excitar a los sadomasoquistas, y os parece, además, que el logro de tan alto objetivo merece la inmolación de vuestros metatarsianos y vuestras vértebras, adelante; pero si vuestra finalidad es otra (por ejemplo, que os consideren personas y no objetos), estáis adoptando una estrategia claramente equivocada.
Pero tal vez el más nefasto de los hábitos cotidianos impuestos por la cultura estadounidense (aunque no solo por ella, sino por los países ricos en general) sea el carnivorismo. Las hamburgueserías (y a ello ha contribuido el cine de forma muy especial) se han convertido, en todo Occidente (y en parte de Oriente), en importantes lugares de encuentro de los adolescentes, tan emblemáticos como las discotecas o los grandes centros comerciales. Y la disparatada idea de que “comer bien es comer carne” ha calado profundamente en casi todo el mundo, incluida Cuba, donde el consumo de cerdo está alcanzando niveles preocupantes (la última Feria del Libro de La Habana, sin ir más lejos, estaba llena de puestos ambulantes donde se vendían esas grasientas seudohamburguesas porcinas que hacen las delicias –y las barriguitas-- de tantos cubanos). El carnivorismo (y en especial el cerdivorismo) es nefasto desde el punto de vista dietético, económico y ecológico, y la revolucionaria Cuba debería abordar el tema con la seriedad que merece.
La defensa de la diversidad cultural bien entendida empieza por uno mismo, por una misma, y quienes nos oponemos a la dominación imperialista deberíamos ser más críticos con nuestras propias costumbres. Tendemos a considerar naturales nuestros hábitos cotidianos (dietéticos, indumentarios, amorosos), y a menudo no solo no son tan naturales, sino que en realidad ni siquiera son nuestros. En estos momentos, para Cuba, como para muchos otros países de todo el mundo, la mayor amenaza imperialista no está en el Pentágono, sino en
miércoles, 11 de julio de 2007
Atención!!!
jueves, 5 de julio de 2007
El Camello que Llora (Luigi Falorni y Byambasuren Davaa)
Con Animo de Lucro (Joan Planas)
“Con ánimo de lucro” no pretende dañar a ninguna persona ni medio, solo mostrar los errores que se cometen para reflexionar como solucionarlos.
“Con ánimo de lucro” te hará reflexionar sobre tu actitud, y la importancia de cambio que un solo individuo puede poseer.
El documental se filmó en dos partes: En Nicaragua entre finales de Enero y principios de Febrero, y en Barcelona a finales de Abril hasta Agosto.